Decir “Día del Trabajo” importa una imprecisión. En realidad debe ser el día de las personas que trabajan: la trabajadora, el trabajador.

Existe en el imaginario colectivo una idea que proviene de un antiguo relato bíblico. Se cree que, a causa de la desobediencia en aquel jardín primigenio, Dios habría maldecido el trabajo de las criaturas humanas: “Con el sudor de tu frente…”

Esa es otra imprecisión, esta vez, interpretativa. Lo que Dios estaría diciendo en este relato es otra cosa, me parece. Está describiendo lo que otras criaturas humanas, ahora dispuestas a hacer toda clase de males: iban a envenenar el trabajo de la gente laburante (expresión argentina). Entiéndase empresas, patrones inmisericordes, esclavistas, traficantes de personas, poderes económicos sedientos de codicia que explotarían a mujeres, hombres e infantes en fábricas con pésimas condiciones de trabajo y salarios miserables.

Por lo visto, volviendo al relato bíblico, Dios tenía bastante razón en describir cómo sería el trabajo para los seres humanos. Así que, no es el día del trabajo. Es un homenaje al esfuerzo de miles de millones de personas que a lo largo de la historia, han producido y siguen produciendo riqueza para otros, sin poder disfrutar siquiera algo de sus beneficios.

Debe recordarse por qué se instituyó ese día como el día de la gente trabajadora. La fecha fue elegida para conmemorar los sucesos de Haymarket en Chicago, que tuvieron lugar en mayo de 1886, y que terminaron con la ejecución de varios activistas laborales conocidos posteriormente como los Mártires de Chicago.

Más tarde, el 8 de marzo de 1909, durante una huelga en reclamo por aumento de salarios, reducción de la jornada laboral y fin del trabajo infantil, 129 mujeres murieron calcinadas en la fábrica Cotton Textile Factory, por un incendio provocado por sus dueños.

El trabajo es, idealmente, algo bueno. Es el fundamento del acto creativo. Debe permitir a la personas mejorar sus condiciones de vida, innovar procesos productivos y enriquecer la cultura humana.

“Yo me canso en el trabajo, mas no del trabajo”  — (D. L. Moody)